Ayer, hoy y mañana » Darwin en “La Sierra de la Ventana”

Darwin en "La Sierra de la Ventana"

Autor: La Bordona /
Artículo investigación: Dr. Héctor Palma

Como fuera anunciado en la presentación realizada el pasado 03 de junio – en nuestra sección Ayer, hoy y mañana de La Bordona-, el trabajo de investigación del Dr. Héctor Palma sobre “Los caminos de DARWIN en el S.O. de la Provincia de Bs.As.”, será publicado en cuatro capítulos quincenales de los cuales esta primera entrega se refiere a “La Sierra de la Ventana”. Buscamos poner en valor para nuestra región, sus habitantes, jóvenes y quienes nos visitan, páginas de nuestra historia que son trascendentes por su valor testimonial, histórico y cultural. Gracias por acompañarnos en este viaje que les proponemos, una mirada de nuestra región con los ojos de DARWIN.

Darwin en la provincia de Buenos Aires (1): en la Sierra de la Ventana

Héctor A. Palma

Entre 1831 y 1836 un joven y, en ese momento ignoto, Charles Darwin (1809-1882) realizó un viaje alrededor del mundo como naturalista de a bordo en el Beagle, buque de Su Majestad Británica, al mando del capitán Fitz Roy. Más de un año del extenso derrotero pasaron en el actual territorio argentino, desde Santa Fé a la Tierra del Fuego. El extenso viaje no solo adquirió importancia por sí mismo, sino que resultó también fundamental para que Darwin, años después, armara el rompecabezas del origen y evolución de las especies, conmocionando no solo a la ciencia biológica sino a la cultura y a la mismísima autocomprension humana. Durante ese viaje, Darwin no podía siquiera imaginar el lugar que ocuparía décadas después. 

La serie de artículos que se inicia con este se ocupará de una parte muy precisa del viaje: la que transcurrió en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. 

FUENTE: De © Sémhur / Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3003026

El 3 de agosto de 1833 el Beagle llegó a la desembocadura del río Negro, al sur del río Colorado, procedente de Maldonado (Uruguay). Navegaron hasta la villa según refiere el propio Darwin en su Diario del viaje, “indiferentemente llamada El Carmen o Patagones” unas “80 millas río arriba”. Permanecieron un tiempo por la zona y el general Ángel Pacheco, que formó parte de la Campaña que emprendió Juan Manuel de Rosas para desplazar a los nativos hostiles hacia el sur, informaba por carta a Buenos Aires que una corbeta inglesa había estado haciendo reconocimiento de costas “y con pretexto de carreras y otros juegos han derramado el oro con profusión, solicitaron los mejores baqueanos del río, tomaron de ellos los conocimientos más minuciosos, y han comprado a cualquier precio todas las plantas que se producen allí y hasta los arbustos más insignificantes” (Walter, 1973, pág. 226). 

En varias oportunidades, mientras el Beagle (y alguna de las dos naves más pequeñas alquiladas para algunas tareas especiales) cumplía con sus misiones específicas, Darwin realizaba otros recorridos en forma independiente. Así, decide realizar un viaje a caballo hacia el norte de la actual provincia de Buenos Aires.

Pocos días después Darwin tuvo oportunidad de conocer la Sierra de la Ventana. Esto escribía por esos días en su Diario:

 

11 de agosto “La sierra de la Ventana se presenta visible a distancia inmensa, y un gaucho me dijo que, cabalgando una vez con un indio pocas millas al norte del río Colorado, de pronto su compañero empezó a meter el ruido estrepitoso que suelen hacer los salvajes al divisar un árbol distante, mientras ponía la mano en la cabeza y apuntaba con el dedo en la dirección de la sierra. Al preguntarle por la razón de esto, el indio respondió, en mal castellano: «Primera vez ver la sierra.»”

 

El joven Darwin amaba la vida al aire libre y las cabalgatas. Asimismo, sus vivencias en la pampa argentina quedarían para siempre en su memoria. Por esos días, cerca de la Sierra de la Ventana, anotaba. 

 

“(…) hicimos alto para pasar la noche, y en ese momento una desafortunada vaca fue divisada por los ojos de lince de los gauchos, quienes se lanzaron en su persecución, y en pocos minutos la enlazaron y la mataron. Teníamos allí las cuatro cosas necesarias para la vida en el campo [en castellano en el original]: pasto para los caballos, agua (sólo una charca de agua turbia), carne y leña. Los gauchos se pusieron del mejor humor al hallar todos estos lujos, y pronto empezamos a preparar la cena con la pobre vaca. Esta fue la primera noche que pasé a la intemperie, teniendo por cama el recado de montar. Hay un gran placer en la vida independiente del gaucho al poder apearse en cualquier momento y decir: ‘Aquí pasaré la noche’. El silencio fúnebre de la llanura, los perros alerta, y el gitanesco grupo de gauchos haciendo sus camas en torno del fuego, han dejado en mi mente un cuadro imborrable de esta primera noche, que nunca olvidaré”. 

 

Muchos años después su hijo Francis recordaría:

 

“Sólo en los últimos años se aficionó definitivamente al tabaco, aunque en sus excursiones a caballo por las pampas aprendió a fumar con los gauchos, y le he oído hablar del gran consuelo que suponía una copa de mate y un cigarrillo cuando descansaba después de una larga cabalgata y le era imposible conseguir algo de comer durante algún tiempo”

 

Llegó a la Sierra de la Ventana como parte del mencionado recorrido hacia el norte. Lo acompañaron: “mister Harris”, un inglés que residía en Patagones (quien le había alquilado a Fitz Roy las dos naves pequeñas mencionadas), “un guía y cinco gauchos, que marchaban al campamento del ejército con asuntos propios del servicio”. En ese recorrido, llegó, viajando varios meses, hasta la ciudad de Paraná (en Entre Ríos), Coronda y Montevideo. Pretendía recorrer unas tierras que Rosas había dejado bastante “limpias de indios” y con “piquetes de soldados con repuesto de caballos (postas) a fin de poder mantener comunicación con la capital”.

Así describía la Sierra de la Ventana:  

“(…) Esta montaña es visible desde el fondeadero de Bahía Blanca, y el capitán Fitz Roy calcula su altura en 1.000 [3340 pies en el original] metros, elevación muy notable en esta parte oriental del continente. No tengo noticia de que ningún extranjero antes de mi visita, haya subido a esta sierra, y realmente muy pocos de los soldados de Bahía Blanca sabían algo de ella. Oí hablar de yacimientos de carbón, oro y plata, de cuevas y bosques, todo lo cual sobreexcitó mi curiosidad, sólo para llevar un desengaño. (…) La montaña es muy empinada, escabrosa y llena de barrancos, y tan enteramente desprovista de árboles y arbustos, que nos fue imposible procurarnos un palo aguzado para sostener la carne sobre el fuego, hecho con tallos y cañas de cardos. El extraño aspecto de esta montaña contrasta con el extenso mar de tierras que, tendiéndose en torno de ella, no sólo llega hasta el pie mismo de sus laderas, casi verticales, sino que separa las sierras paralelas. La uniformidad del color da una extremada monotonía al paisaje, pues el gris blanquecino de las rocas de cuarzo y el pardo suave de la agostada hierba del llano lo dominan todo, sin una sola nota brillante. (…) El rocío, que durante la primera parte de la noche humedeció las monturas mientras dormía abrigado con ellas, se heló al venir la mañana. Aunque la llanura parecía continuar siendo perfectamente horizontal se había elevado insensiblemente a una altura de 250 a 300 metros sobre el nivel del mar. A la mañana siguiente (9 de septiembre) el guía me invitó a subir al macizo más próximo, que, según él se figuraba, había de conducirme a los cuatro picos que coronan la cima. La operación de trepar por rocas tan escarpadas fue fatigosísima; las laderas presentaban tales desigualdades que el terreno ganado en cinco minutos se perdía en los siguientes. Al fin, cuando llegué a la cumbre de la montaña mi desencanto fue extremo al hallar un valle de laderas empinadas tan hondo como la llanura, el cual cortaba la cadena transversalmente en dos y me separaba de las cuatro puntas. (…) Me resolví a descender, y, habiéndolo efectuado, vi al cruzarle dos caballos pastando, e inmediatamente me escondí entre la alta hierba y empecé a reconocer el sitio; pero no descubrí señales de indios y procedí cautelosamente a subir la opuesta ladera. El día estaba ya bastante avanzado, y esta parte de la montaña, como la anterior, era escarpada y abrupta. A eso de las dos llegué a la cima del segundo pico, pero con extrema dificultad; a cada veinte metros me daban calambres en la parte superior de ambos muslos, de modo que temí no poder bajar de nuevo. 

(…) Quedé, en definitiva, desencantado con esta ascensión. Hasta el panorama era insignificante: una llanura como el mar, pero sin su bello color y contornos definidos. Sin embargo, para mí fue un espectáculo nuevo, y con un poco de peligro para darle sabor, como la sal a la carne. De que ese peligro era muy escaso no había duda, pues mis dos compañeros hicieron una buena hoguera, cosa en que jamás se piensa si se sospecha que los indios están próximos. Llegué al sitio en que habíamos de vivaquear al ponerse el Sol, y luego de beber mate y fumar varios cigarritos (SIC) me preparé la cama para pasar la noche. El viento era muy fuerte y frío, pero nunca dormí más a gusto. 

10 de septiembre.-Por la mañana, tras una buena corrida viento en popa, llegamos al mediodía a la posta del Sauce. En el camino vi gran número de ciervos, y cerca de la montaña un guanaco. La llanura, que termina al pie mismo de la sierra, está atravesada por algunos barrancos curiosos, uno de los cuales tenía cerca de seis metros de ancho y más de nueve de hondo. A consecuencia de ello nos vimos precisados a dar un gran rodeo antes de hallar paso. Durante la noche nos quedamos en la posta, y la conversación, como de ordinario, versó acerca de los indios. Sierra Ventana fue en otro tiempo un gran lugar de refugio, y hace tres o cuatro años hubo allí muchas refriegas. Mi guía se halló presente en una en que murieron muchos indios; las mujeres escaparon a la cumbre de la montaña y pelearon desesperadamente arrojando grandes piedras, con lo que lograron salvarse no pocas”.

El Diario de Darwin es muy rico en descripciones no solo geológicas y sobre animales y plantas, sino también sobre los habitantes de los distintos lugares que visitó. En el caso de la provincia de Buenos Aires, sus descripciones de indios, gauchos y criollos ocupan extensos pasajes (en la entrega 3 volveremos sobre ello) de una minuciosidad y agudeza realmente poco común para un joven de apenas 23 años. Reproduce vivencias directas, relatos de segunda mano a veces y, en ocasiones, no puede escapar de los prejuicios propios del siglo XIX y de un inglés de clase media acomodada. El temor a encontrarse con indios hostiles es una constante, probablemente más por escuchar los relatos e historias de los gauchos que por haber sufrido en carne propia algún percance, cosa que nunca ocurrió. 


Como parte de la misma travesía mencionada hacia el norte de la provincia de Buenos Aires, mantuvo un encuentro a orillas del Río Colorado con Juan Manuel de Rosas, por ese entonces uno de los protagonistas de la vida política del Río de la Plata y que ya se vislumbraba como el hombre poderoso que llegó a ser. En su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, de 1829 a 1832, había obtenido “facultades extraordinarias”, el grado de Brigadier y el título de “Restaurador de las Leyes”, otorgados por la Legislatura. En 1832 no se le renuevan esas facultades extraordinarias, Rosas rechaza su reelección y se designa gobernador a Juan Ramón Balcarce, de tendencia más moderada dentro del federalismo, lo cual generó algunas tensiones y rupturas. Rosas decide, entonces, alejarse momentáneamente de la escena y pasa a encabezar la “Campaña al Desierto”, que había proyectado en su gobierno con el objetivo de ampliar las fronteras de la provincia y empujar a los indios al sur del Río Colorado, y terminar así con las continuas incursiones de los malones y los robos en las estancias. El proyecto original consistía en hacer avanzar tres columnas simultáneas: la izquierda u oriental, al mando de Rosas; la del centro que partiría de Córdoba al mando de Facundo Quiroga (fue comandada finalmente por Ruiz Huidobro) y la derecha u occidental al mando de Félix Aldao (originariamente debía ir el general Bulnes por Chile pero conflictos internos en su país se lo impidieron). La única columna que logró cumplir su objetivo fue la de Rosas que partió de Buenos Aires el 22 de marzo de 1833 y acampó a orillas del Colorado, desde donde envió divisiones hacia Choele-Choel, el Río Negro, los ríos Limay y Neuquén y otros puntos clave. 


En la próxima entrega describiremos esa reunión en el campamento de Rosas a orilla del río Colorado y las extensas consideraciones de Darwin sobre el argentino.

Citas:

1 Las citas textuales de este artículo, salvo indicación en contrario, provienen de la primera edición del Diario del viaje de Darwin (Journal of Researches into the Geology and Natural History of the Various Countries Visited by H.M.S. Beagle from 1832-1836), publicado en 1839 como tercer volumen de la obra Narrative of the Surveying Voyages of His Majesty’s Ships Adventure and Beagle (1826-1843). El primero (de la primera expedición del Beagle) y el segundo (de la expedición que nos ocupa, la segunda) fueron escritos por los capitanes P. Parker King y R. Fitz-Roy, respectivamente. Hay versión en castellano del volumen de Darwin bajo el título Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo. Sobre el paso de Darwin por nuestro país y su influencia en distintos aspectos puede verse: Huellas de Darwin en la Argentina, de Héctor Palma, disponible gratuitamente en https://www.teseopress.com/lashuellasdedarwin/ 
2 Los agregados míos al texto original van entre corchetes.
3 Llamo a éstos cardos por parecerme el nombre más correcto. Creo que es una especie de Eryngium.

La Bordona agradece a las Instituciones educativas y Bibliotecas de la región que se han sumado en la articulación de este espacio para su difusión.

Muy especialmente agradecemos al Dr. Héctor Palma su disposición a compartir en nuestro medio su trabajo e investigaciones por ser un gran aporte al desarrollo cultural de nuestra región.

Nota redactada por Jorge Canolik para www.labordona.com.ar

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