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Darwin con Rosas a orillas del Río Colorado

Autor: La Bordona /
Artículo investigación: Dr. Héctor Palma

DARWIN en “La Sierra de la Ventana” fue la primera entrega publicada el pasado 17 de junio en la sección “Ayer, hoy y mañana” de La Bordona. Seguimos compartiendo quincenalmente el trabajo de investigación del Dr. Héctor Palma sobre “Los caminos de DARWIN en el S.O. de la Provincia de Bs.As.”. 

En esta oportunidad nos detendremos en las notas de este naturalista inglés que relatan su encuentro con Juan Manuel de Rosas en el invierno de 1833.

Buscamos poner en valor para nuestra región, sus habitantes, jóvenes y quienes nos visitan, páginas de nuestra historia que son trascendentes por su valor testimonial, histórico y cultural. Gracias por acompañarnos en este viaje que les proponemos, una mirada de nuestra región con los ojos de DARWIN.

Darwin en la provincia de Buenos Aires (2): una reunión con Juan Manuel de Rosas a orillas del Río Colorado

Héctor A. Palma

Rosas se encontraba en el invierno de 1833 a orillas del río Colorado preparando, como contamos en la entrega anterior, su campaña para empujar a los indios hostiles de la zona hacia el sur y el oeste. En esos momentos, el Beagle, su tripulación y Charles Darwin visitan la zona y tienen su opinión al respecto. El capitán Fitz Roy escribe en una carta del 16/7/1833: 

 

“En este momento, el ejército de los Provincias Unidas del Río de la Plata ocupa la margen norte [del río Negro], mientras que los infortunados y ahora acosados indios tratan de conservar la posesión de la sur. Una guerra de exterminio parece ser el propósito de los criollos liberales e independientes. Cada indio es su enemigo inveterado; (…) mientras los españoles ocupaban el país, estos indios sureños mostraban la mejor de las disposiciones para con el intruso blanco y lo recibían con la mayor hospitalidad. A partir de la Revolución (qué sonido glorioso) las hostilidades no hacen sino crecer”.

Un encuentro cerca del río Colorado

En dos días llegaron desde el río Negro hasta el río Colorado (a 130 kms. de distancia), en una “ruta que apenas merece nombre mejor que el de un desierto”, y en el campamento que Rosas había instalado allí cerca, se encontraron una tarde. Una reunión de dos horas, protocolar, una de las tantas reuniones que tuvo el hombre poderoso de estas tierras. Pero la historia posterior reilumina ese encuentro. El joven e ignoto Charles de 1833 que terminó generando la mayor (probablemente la única) revolución antropológica y cultural derivada de una teoría científica, formaba parte de una misión oficial de la gran potencia que en pocas décadas más constituiría el mayor imperio de la historia humana, y a menudo con relaciones conflictivas con la Argentina. Por ello, entre tantos viajeros que recorrieron estas tierras, su testimonio resulta relevante. No obstante, en las biografías más conocidas de Darwin no hay menciones sobre este encuentro. Quizá, además del protocolo, Rosas haya estado interesado en conocer a un naturalista inglés, ya que, según señalan algunos historiadores revisionistas, estaba muy interesado por la ciencia de la época; había llevado ingenieros, astrónomos, hidrógrafos, médicos, agrónomos y veterinarios en su expedición. En esa línea podría entenderse la ironía de Fitz Roy al referir, en su diario, que Rosas lo trató muy amablemente, y que Darwin “disfrutaba de su paseo por la orilla [del río Colorado] sin molestarse, porque el viejo Mayor [Rosas] ya no le tenía miedo a un naturalista”.

Como ya adelantáramos, el Diario de Darwin es una obra que describe con una proverbial meticulosidad no solo lo que era incumbencia de un naturalista en la época (la biología, la geografía y la geología de la zona), sino que también aporta consideraciones antropológicas y sociológicas sobre los habitantes del país de una agudeza y lucidez más propias de un profesional avezado que de un joven inquieto. Muestran su enorme capacidad analítica y de observación, al tiempo que una gran creatividad conceptual para ensayar hipótesis plausibles. Dedica varios capítulos a sus recorridos por la Patagonia (incluyendo dos viajes a Malvinas), la actual provincia de Buenos Aires, la Banda Oriental, las provincias de Santa Fe y Entre Ríos y una excursión a Luján de Cuyo (Mendoza) atravesando la cordillera desde Chile. Hace algunas referencias a la personalidad de Juan Manuel de Rosas, a su relación con los soldados, los gauchos y los indios y analiza también las condiciones de vida en la pampa describiendo situaciones vividas por él, repitiendo anécdotas y comentarios escuchados de otras personas, algunos de los cuales parecen más mitologías deformadas y magnificadas por la tradición oral que reales. Deja traslucir cierta ambigüedad en sus opiniones sobre los habitantes criollos de estas tierras, los gauchos y los indios de la pampa y de la Patagonia: por un lado elogia sus condiciones, probablemente como resultado de la fascinación que sobre el joven Charles ejercen la vida al aire libre, los caballos, la caza y la aventura; pero al mismo tiempo, expresa una visión negativa sobre las costumbres y las culturas de los mencionados grupos, a veces incluso desnudando los prejuicios de la época y el imaginario que un joven inglés, culto y acomodado, podía tener al visitar estas tierras.

Darwin llegó con su pequeña comitiva al campamento de Rosas, cerca del río Colorado y lo describe así:

“(…) un cuadrado formado por carros, artillería, chozas de paja, etc. Casi todas las tropas eran de caballería, y me inclino a creer que un ejército semejante de villanos seudo bandidos jamás se había reclutado antes. La mayor parte de los soldados eran mestizos de negro, indio y español. No sé por qué razón los hombres de tal origen rara vez tienen buena catadura. Pedí ver al secretario para presentarle mi pasaporte. Empezó a interrogarme de manera autoritaria y misteriosa. Por suerte llevaba una carta de recomendación del gobierno de Buenos Ayres para el comandante de Patagones. Se la llevaron al general Rosas, quien contestó muy atento, y el secretario volvió a verme, muy sonriente y amable. Establecimos nuestra residencia en el rancho [SIC en el original] o casucha de un viejo español muy curioso, que había servido con Napoleón en la expedición contra Rusia. Estuvimos dos días en el Colorado (…). Mi principal diversión era observar a las familias indias que venían a comprar algunas menudencias al rancho donde nos hospedábamos”.

El relato del encuentro es breve: “Mi entrevista terminó sin una sonrisa, y obtuve un pasaporte con una orden para las postas del gobierno, que me facilitó de muy buenas maneras”. Señala que Rosas “es un hombre de extraordinario carácter y ejerce una enorme influencia en el país, la cual parece probable usará para la prosperidad y progreso del mismo”. Pero anotará a pie de página en la segunda edición del Diario: “Esta profecía ha resultado una completa y lastimosa equivocación: 1845”. 

Darwin reproduce relatos sobre las cualidades de Rosas como jinete, sobre su carácter y su forma de conducir a su tropa:

“Se dice que posee 74 leguas cuadradas de tierra y unas 300.000 cabezas de ganado. Sus establecimientos están admirablemente administrados y producen más cereales que el resto. Lo primero que le dio gran celebridad fueron las reglas dictadas para sus propias estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para resistir con éxito los ataques de los indios. Hay muchas historias sobre el rigor con que hizo cumplir esas reglas. Una de ellas fue que nadie, bajo pena de calabozo, llevara cuchillo los domingos, pues como en estos días era cuando más se jugaba y bebía, y las consiguientes peleas con cuchillo solían frecuentemente ser fatales. Un domingo se presentó el gobernador a visitar su estancia y el general Rosas, en su apuro por salir a recibirle, lo hizo llevando el cuchillo al cinto, como era usual. El administrador le tocó en el brazo y le recordó la ley, por lo que Rosas le dijo al gobernador que sentía mucho lo que le pasaba, pero que le era forzoso ir a la prisión, y que no tenía ningún poder en su propia casa hasta que no hubiera salido. Luego de algún tiempo, el administrador creyó oportuno abrir el calabozo y ponerlo en libertad; pero tan pronto lo hizo, el prisionero le dijo: ‘Ahora tú eres el que ha quebrantado las leyes, y por tanto debes ocupar mi puesto en el calabozo’.

Ser un buen jinete y demostrarlo tanto en el trabajo de campo como en la guerra, era de gran importancia para la consolidación del poder y el ascendiente de los caudillos sobre sus gauchos y seguidores. Darwin, que sentía fascinación por las cabalgatas y los caballos, cuenta la historia según la cual Rosas era capaz de saltar desde la “maroma” con gran destreza. Otras historias cuya veracidad resulta de difícil comprobación, pintaban a los ojos de Darwin, el estilo de Rosas:

“Me aseguró un comerciante inglés que en una ocasión un hombre mató a otro, y al arrestarle y preguntarle el motivo respondió: “Ha hablado irrespetuosamente del general Rosas, y por eso lo maté”. En una semana el asesino estaba en libertad. No cabe duda de que esto fue obra de los partidarios del general y no de él mismo. En la conversación es entusiasta, sensato y muy serio. Su seriedad rebasa los límites: escuché a uno de sus bufones (pues tiene dos, como los antiguos barones) referir la siguiente anécdota: “Una vez tenía muchas ganas de oír cierta pieza de música, por lo que fui dos o tres veces a preguntarle al general, que me dijo: “¡Vete a tus quehaceres, que estoy ocupado!”. Volví nuevamente y entonces me dijo: “Si vuelves, te castigaré”. La tercera que insistí, se echó a reír. Salí precipitadamente de la tienda, pero era demasiado tarde, pues mandó a dos soldados que me atraparan y me estaquearan. Supliqué por todos los santos del cielo que me soltaran, pero de nada me sirvió; cuando el general se ríe no perdona a nadie, sano o cuerdo”. El pobre hombre se mostraba dolorido de sólo recordar el tormento de las estacas. Es un castigo severísimo; se clavan en la tierra cuatro postes, y la persona es atada a ellos por los brazos y las piernas horizontalmente, y se lo deja por varias horas. La idea está evidentemente tomada del procedimiento usado para secar las pieles”.

Refiere Darwin que no ha visto nada parecido al entusiasmo que se puede percibir entre los gauchos y habitantes de los distintos poblados y postas que recorrió, por Rosas y el éxito por la más “justa de las guerras, porque se hace contra los bárbaros”. Guerra “perfectamente justificada pues hasta hace poco ni hombre ni mujer ni caballo estaban libres de los ataques de los indios”. Y evalúa:

“(…) creo que en otros cincuenta años no quedará ni un indio salvaje al norte del río Negro. La guerra es demasiado sangrienta para durar; los cristianos matan a todos los indios y los indios hacen lo mismo con los cristianos (…). No sólo han sido exterminadas tribus enteras, sino que los indios que sobrevivieron se han hecho más bárbaros, y en lugar de vivir en grandes poblados y de emplearse en las artes de la pesca y la caza vagan ahora por las abiertas llanuras, sin vivienda ni ocupación fija”.

Una breve digresión vale la pena aquí. Darwin no hacía más que hacerse eco de convicciones de la época sobre la inferioridad de algunos seres humanos, sobre todo los que encontró luego en la Patagonia, una creencia más que arraigada en la Inglaterra victoriana con respecto a las desigualdades y jerarquías raciales. Sin embargo, al mismo tiempo, despreciaba profundamente el esclavismo y lejos de tener una actitud de desprecio para con las “razas inferiores”, mantenía, más bien, una posición paternalista. Esta suerte de dualidad lo acompañaría toda la vida.

El salvoconducto de Rosas le sirvió finalmente a Darwin en ocasión de su regreso a Buenos Aires, luego de llegar a las ciudades de Santa Fe y Paraná. Fue en ocasión de la llamada “Revolución de los Restauradores” del 11 de octubre de 1833. Darwin intenta llegar a Buenos Aires en pleno conflicto (el 20 de octubre) y lo recibe el general Mariano Benito Rolón que, en esos momentos sitiaba la ciudad como segundo Jefe del denominado Ejército Restaurador de las Leyes, ejército en el cual, según Darwin “el general, los oficiales y los soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes villanos”. A pesar de todo y de tener que dar un rodeo extenso hasta la ciudad de Quilmes, al sur de la ciudad, pudo entrar en Buenos Aires para irse rápidamente a Montevideo.

Las historias posteriores de Darwin y de Rosas son conocidas. Darwin nunca volvió por estas tierras, nunca volvió a salir de Inglaterra. Rosas, hombre fuerte en los años posteriores al encuentro, terminó exiliado, veinte años después, en Inglaterra pero nunca volvieron a cruzarse. Darwin nunca volvió a hablar de Rosas, pero en su Autobiografía, dirigida a sus hijos y su familia, refiere varias veces al impacto que causó en su mente y en su espíritu su paso por las pampas y la Patagonia. 

En la próxima entrega, continuaremos con la descripción que Darwin hace de los habitantes de la provincia de Buenos Aires desde, obviamente, su particular óptica.

La Bordona agradece a las Instituciones educativas y Bibliotecas de la región que se han sumado en la articulación de este espacio para su difusión.

Muy especialmente agradecemos al Dr. Héctor Palma su disposición a compartir en nuestro medio su trabajo e investigaciones por ser un gran aporte al desarrollo cultural de nuestra región (sus datos, CV y referencias en Nota PRESENTACIÓN del 03 de junio)

Nota redactada por Jorge Canolik para www.labordona.com.ar

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