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Darwin, sobre indios y gauchos

Autor: La Bordona /
Artículo investigación: Dr. Héctor Palma

En la sección “Ayer, hoy y mañana” de La Bordona los capítulos ya publicados quincenalmente nos ilustran sobre “Los Caminos de DARWIN en el S.O. de la provincia de Bs.As.”, su vínculo con Juan Manuel de Rosas en el invierno de 1833 y sus experiencias en “La Sierra de la Ventana” 

 

En esta 3er entrega el trabajo de investigación del Dr. Héctor Palma nos acerca los registros y experiencias de este naturalista inglés con quienes poblaban la zona: “Tierra de indios y gauchos” 

 

Buscamos poner en valor páginas de nuestra historia que son trascendentes por su valor testimonial, histórico y cultural. Gracias por acompañarnos en este viaje que les proponemos, una mirada de nuestra región con los ojos de DARWIN.

Darwin en la provincia de Buenos Aires (3): Tierra de indios y gauchos

Héctor A. Palma

En repetidas ocasiones Darwin se refiere, en su diario, a los habitantes que fue conociendo: indios, criollos y gauchos. Hablando de los “cerca de 600 indios aliados” que Rosas tenía:

 

“Los hombres eran altos y de fina raza; pero posteriormente descubrí sin esfuerzo en el salvaje de la Tierra del Fuego el mismo repugnante aspecto, procedente de la mala alimentación, el frío y la ausencia de cultura. Algunos autores, al definir las razas primarias de la Humanidad, han separado a estos indios en dos clases; pero no puedo creer que ello sea correcto. Entre las indias jóvenes, o chinas [SIC en el original] algunas son realmente hermosas. (…) cabalgan como los hombres, pero con las rodillas más recogidas y altas. Este hábito quizás provenga de estar acostumbradas a viajar en caballos cargados. La obligación de las mujeres es cargar y descargar los caballos; preparar las tiendas para la noche, y, en suma, como en todas las tribus salvajes, su condición es la de esclavas. Los hombres pelean, cazan, cuidan de los caballos y hacen aparejos de montar. Una de sus principales ocupaciones cuando están en sus viviendas consiste en golpear dos piedras una contra otra hasta redondearlas. Las bolas [SIC en el original] son un arma importante para los indios para cazar y proveerse de caballos, tomando cualquiera de los que vagan libres por el llano. (…) Su principal orgullo es tener objetos de plata, y he visto un cacique cuyas espuelas, estribos y mango de cuchillo eran de ese metal; la cayada y riendas estaban hechas de alambre del grosor de la tralla de un látigo lo que otorgaba una elegancia especial en el manejo de magníficos caballos”.

La permanente referencia al riesgo que se corría con los indios, refleja indudablemente el temor corriente entre los gauchos y soldados con los que se rodeaba. Varias veces relata situaciones en las cuales, si bien finalmente no pareció correr riesgo alguno, se percibe claramente el temor sufrido y la obsesión por el ataque de los indios. En una ocasión, yendo hacia Bahía Blanca con un baqueano, y al ver tres jinetes a lo lejos, relata:

“(…) mi compañero se apeó inmediatamente, y observándolas con atención dijo: ‘No montan como cristianos, y nadie puede abandonar el fuerte’. Los tres jinetes se reunieron, y también bajaron de sus caballos. Al final, uno montó otra vez y dio vuelta a un cerro, ocultándose. Mi compañero dijo: ‘Debemos permanecer sobre los caballos, prepare su pistola’. Y él echó una mirada a su espada. Yo pegunté ‘¿Son indios?’. ‘¡Quién sabe! [SIC en el original]. Si no hay más que tres, no importa’. Entonces se me ocurrió que el jinete que desapareció tras de la montaña habría ido a buscar el resto de su tribu. Se lo sugerí, pero, por toda respuesta obtuve ‘¡Quién sabe!’ [SIC en el original]. Su cabeza y ojos no cesaron ni un minuto de escudriñar el lejano horizonte. Su extraordinaria sangre fría me pareció una broma demasiado pesada, y le pregunté por qué no volvía a casa. Me preocupé cuando respondió: ‘Volveremos; pero en una dirección cercana a un pantano, en el que podemos lanzar los caballos a todo galope, y luego usar nuestras piernas; de modo que no haya peligro’. Yo no me sentía tan seguro, y quería que aceleráramos el paso. Pero él me dijo: ‘No, mientras no lo hagan ellos’. Galopábamos cuando quedábamos detrás de alguna desigualdad del terreno, pero mientras permanecíamos a la vista continuábamos al paso. Al fin llegamos a un valle, y doblando hacia la izquierda galopamos rápidamente hasta el pie de un cerro; me dio su caballo para que se lo tuviera, hizo a los perros echarse, y luego, gateando sobre manos y rodillas comenzó el reconocimiento. Permaneció en esa posición algún tiempo, y finalmente estalló en una carcajada, exclamando: ¡Mujeres! [“mugeres” en el original]. Él las conocía: eran la esposa y la cuñada del hijo del comandante del fuerte, que estaban buscando huevos de avestruz. Describí la conducta de este hombre porque actuó bajo la fuerte impresión de que eran indios. Sin embargo, tan pronto como se dio cuenta de su absurda equivocación expuso cien razones por las cuales no podían haber sido indios; pero todas ellas se le habían pasado por alto en su momento”.

En otra ocasión, cerca de la Sierra de la Ventana:

“Pasamos la noche en la posta, y la conversación, como era habitual, versó acerca de los indios. Sierra de la Ventana fue anteriormente un gran lugar de refugio, y tres o cuatro años atrás hubo allí muchas peleas. Mi guía estuvo presente en una ocasión en que muchos indios fueron muertos: las mujeres escaparon a la cumbre de la montaña y pelearon desesperadamente arrojando grandes piedras, muchas se salvaron”. (…) Durante mi permanencia en Bahía Blanca (…) se recibió la noticia de que en una posta de la ruta de Buenos Aires habían hallado a todos los hombres asesinados. Al día siguiente llegaron 300 hombres procedentes de Colorado, a las órdenes del comandante Miranda. Una gran parte de estos soldados eran indios mansos [SIC en el original], pertenecientes a la tribu del cacique Bernantio. Pasaron la noche allí; y resulta imposible concebir algo más bárbaro y salvaje que las escenas de su vivac. Algunos bebieron hasta emborracharse; otros se hartaron de ingerir la sangre fresca de las reses sacrificadas para su cena, y luego, sintiéndose con náuseas, en medio de la suciedad y la sangre coagulada. (…)

La vida de los gauchos y soldados en las condiciones de permanente acoso y peligro, además de las ya de por sí miserables condiciones materiales de vida, impresionan vivamente a Darwin y, como se viene señalando, también manifiesta opiniones encontradas. “¡Qué vida tan miserable parecen llevar estos hombres!” anota en septiembre de 1833. Observa que el gaucho, durante meses:

“(…) no toca otra cosa que carne de vaca [“beef” en el original]. Pero he observado que ellos comen gran cantidad de grasa, sustancia de una naturaleza menos animal, y les disgusta particularmente la carne seca, como la del agutí. El Dr. Richardson ha observado también ‘que cuando la alimentación ha estado constituida durante largo tiempo por carne magra se siente una necesidad irresistible de tomar grasa, en términos de poder consumirla pura en grandes cantidades, y aun derretida, sin sentir náuseas’; esto me parece un curioso fenómeno fisiológico.”

Reconoce las grandes habilidades de los gauchos con las boleadoras y con el lazo, incluso viajando a todo galope, para atrapar vacas o avestruces en medio del campo. Señala que las boleadoras pueden lanzarse, aunque sin demasiada puntería a unas “50 o 60 yardas” (45 a 55 metros). Sin embargo, cuando es un jinete el que las arroja la velocidad del caballo se añade a la fuerza del brazo, y pueden alcanzar con eficacia un blanco situado a unas “80 yardas” (70 metros). En una ocasión (en las islas Malvinas), luego de atrapar una vaca:

“(…) tuvimos de cena carne con cuero [SIC en el original] es decir, carne asada con su piel. Es un bocado tan superior a la carne de vaca ordinaria como el venado lo es al cordero. Se puso encima de las brasas un gran trozo circular, sacado del cuarto trasero, con el pellejo hacia abajo en forma de plato, de suerte que no se perdió nada de la sustancia. Si algún respetable regidor de Londres hubiera cenado con nosotros aquella noche carne con cuero, pronto se habría celebrado en Londres”.

Darwin describe al gaucho como invariablemente cortés y hospitalario y “muy superior a las personas de las ciudades (…) es modesto, tanto respecto de sí mismo como de su país, y al mismo tiempo animoso y bravo”. Sin embargo:

“(…) también se cometen muchos robos y se derrama mucha sangre. El uso constante del cuchillo es la causa principal. Es lamentable escuchar cuántas vidas se pierden por cuestiones triviales. En las peleas, cada uno trata de marcar la cara de su adversario cortándole en la nariz o en los ojos; así, se ven con mucha frecuencia profundas y horribles cicatrices. Los robos son la consecuencia natural del juego, universalmente extendido, exceso de bebida y de la extremada indolencia. En Mercedes pregunté a dos hombres por qué no trabajaban. Uno me respondió, muy serio, que los días eran demasiado largos; y el otro, que por ser demasiado pobre. La abundancia de caballos y profusión de alimentos son la destrucción de la laboriosidad. Para colmo, hay una gran cantidad de días feriados y creen que nada puede salir bien si no se empieza con la Luna en cuarto creciente; de modo que la mitad del mes se pierde por estas dos causas. La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre pobre comete un asesinato y es atrapado, será encarcelado y, tal vez, fusilado; pero si es rico y tiene amigos, no tendrá graves consecuencias. Es curioso que hasta las personas más respetables del país favorezcan siempre la fuga de los asesinos. Parecen pensar que los individuos delinquen contra el gobierno y no contra la sociedad. Un viajero no tiene más protección que sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo que favorece la mayor frecuencia de los robos”.

El Diario de Darwin es un texto claro y transparente, sin eufemismos y que muestra el impacto que estos grupos humanos hicieron, como ya señalamos, en un joven inglés ilustrado y de clase media alta con todos los prejuicios epocales y de clase a cuestas y sin ninguna de las herramientas de distancia antropológica para evaluar a otras culturas diferentes. La próxima entrega mostrará la importancia que tuvo su estancia en el SO de la provincia de Buenos Aires para la teoría de la evolución, publicada en 1859 y que, como dijimos, provocó no solo una revolución biológica, sino el cataclismo cultural y filosófico más importante surgido de una teoría científica en la historia.

La Bordona agradece a las Instituciones educativas y Bibliotecas de la región que se han sumado en la articulación de este espacio para su difusión.

Muy especialmente agradecemos al Dr. Héctor Palma su disposición a compartir en nuestro medio su trabajo e investigaciones por ser un gran aporte al desarrollo cultural de nuestra región (sus datos, CV y referencias en Nota PRESENTACIÓN del 03 de junio)

Nota redactada por Jorge Canolik para www.labordona.com.ar

 

Ref: las ilustraciones de la época pertenecen al texto de Ediciones Populares Iberia titulado “Viaje de un naturalista alrededor del Mundo” Primera parte de DEVONPORT A LA TIERRA DEL FUEGO. Por C. DARWIN (mayo 1932).

 

 

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